Copa América – Día 12: Un fracaso más (y van…)
Copa América 2011: Fixture y posiciones
A excepción de Juan Pablo Carrizo, que debió jugar la Promoción con River, la selección argentina tuvo un tiempo extraordinario para trabajar, para encontrar un funcionamiento, para hallar un equipo antes del inicio de la Copa América.
Por lo que pudo ver quien les escribe en las prácticas, mucho fulbito, mucho juego de ataque contra defensa, y un amistoso impresentable: 4-0 a la poderosísima Albania.
El tiempo de trabajo fue mayor al que tuvo el equipo antes del Mundial, dirigido por entonces por Diego Maradona. Pero no fue aprovechado.
¿Culpa de los jugadores? En parte. Sin embargo, el mayor responsable es Julio Grondona y, en menor medida, su lacayo de turno: el pobre Sergio Batista. El mismo que, según Fernando Niembro, «quizás, y sólo quizás, pueda llegar a ser un buen ayudante de campo».
Cuando se armó aquella pantomima de la Comisión de selección que elegiría al sucesor de Diego, el señor Russo, presidente de Lanús, planteó ante sus colegas de cada club de Primera: «Con una mano en el corazón, ¿quién de ustedes contrataría a Batista para su equipo? Porque yo no lo haría y no estoy de acuerdo con su candidatura para la selección». Lo dijo antes, y poco le importó perder por una aplastante mayoría de alcahuetes que levantan la mano y le hacen el juego al Sijulismo, aún cuando el lógico paso de los años provoca el gran problema de la demencia senil en los ancianos.
Así empezó todo, y es otra vez el momento de escribir sobre un nuevo fracaso. «La triste costumbre de explicar frustraciones«, escribió Daniel Arcucci en la noche del sábado para domingo, para la edición impresa de La Nación. Nada más claro.
La diferencia con, por ejemplo, la tristeza del Mundial 2002, es que en este caso bien podría titularse «Crónica de una muerte anunciada». Se veía venir este enorme, claro, contundente y evitable FRACASO. ¿Leyó bien señor Batista? F R A C A S O. Rotundo y con mayúsculas aunque usted lo niegue o le parezca «una palabra muy dura». Lo de Corea y Japón no se vislumbraba. EL equipo era un espectáculo, un show, una aplanadora. No se dío. Tuvo 10 días flojos y se quedó afuera por un gol que no quiso entrar, en un 1-1 con Suecia que debe tener por lo menos 15 situaciones claras de gol para los argentinos.
Dio lástima que se perdiera contra Uruguay, porque los jugadores dejaron todo. De verdad, hicieron lo posible por ganar y hasta lo merecieron. Pero, al igual que en toda la competencia y en toda la gestión, no hubo un equipo, sino una acumulación de individualidades. Si fuera tenis, tal vez se ganara la Copa Davis. Pero es fútbol, y sin un DT que sepa dar indicaciones, no hay equipo que valga.
Batista puede hacer fracasar a un equipo con Maradona, Pelé, Cruyff, Di Stéfano y Messi juntos, porque no sabe acomodarlos en la cancha. Es tan grave lo suyo como quien lo elije.
Se inventó la estupidez de llamar a «La Generación dorada del ´86», pero se eligió a lo peor de lo peor: Brown, Batista, Garré, antes Maradona, Enrique, y los colados Mancuso y Perazzo. Todos comandados por un Carlos Bilardo absolutamente gagá, al que no se le entiende absolutamente nada y del cual se desconoce a ciencia cierta qué labor cumple, además de dar pena y cumplir a rajatabla con sus estúpidas cábalas.
Así como debió esperarse a que River descienda al Nacional B para darse cuenta que algo se había hecho mal en el club de Núñez, es evidente que hay que esperar a que la Argentina se quede afuera de un Mundial para intentar la refundación. No falta mucho, eh. Hoy por hoy, Brasil, Paraguay, Chile, Uruguay y, en menor medida, Colombia, Venezuela y Perú, están por encima de la Argentina, que sólo mostró algo mejor que Ecuador y que Bolivia, aquel que le robó un empate en el partido inaugural.
Es hora de los Bianchi, Ramón Díaz, Gallego, Sabella, Cúper o quien quieran. Me conformo con alguien que tenga experiencia, sepa trasladarla y no esté de vuelta (como fue el caso de la etapa 2 de Basile).
Sino, en breve escribiremos algo similar a este post que duele, que avergüenza, pero que resulta de una imperiosa necesidad escribir.