Media Maratón de Bogotá 2015: «Si la cubro, la corro»
«Si la cubro, la corro»
Así de arriesgada fue mi respuesta un minuto después de que Daniel Arcucci me dijera, con una sonrisa de oreja a oreja y con una alegría sincera, que él y Damián Cáceres me habían designado para ir a cubrir la Media Maratón de Bogotá 2015 para La Nación Corre.
Hacía un mes que había corrido los 21k de Nike y no había hecho ni el más mínimo entrenamiento en altura. Pero fui con ese objetivo: «Si la cubro, la corro». Los 2600 metros sobre el nivel del mar no me iban a achicar. Se sabe: el principal motor para los que somos corredores no son las piernas ni el estado físico. Es la cabeza.
Y allá fuimos, acompañando a todo el equipo de las #BoostGirls, una gran movida de Adidas que convirtió a jóvenes deportistas de Latinoamérica en mediamaratonistas.
Una impecable coordinación de Majo Pandullo me permitió no solo conocer una gran ciudad, sino también a colegas argentinos del running como el Colo Mourglia, y otros que laburaban para la marca en distintos puntos de la región. Todos, siempre, con la mejor onda. «¿Estás seguro? ¿No preferís anotarte en los 10k?», me dijo Majo antes de la inscripción, con una preocupación genuina acerca de mi real aptitud para la distancia. «Te agradezco la preocupación. Pero ya te dije: Si la cubro, la corro», le respondí.
También conocí y entrevisté a Will Vargas, un gran atleta colombiano que compitió en los Panamericanos de Mar del Plata 95 y ene se entonces responsable de la preparación física de las #BoostGirls. «Arrancá en cámara lenta. Corré al trotecito. Porque por efecto de la altura te vas a sentir más liviano, vas a meter los primeros dos kilómetros en 6 minutos y no vas a llegar ni a los 10k«. Gran consejo, que lógicamente puse en práctica desde el primer segundo de carrera. Y con un regalo inesperado: el Colo Mourglia, experto en carreras de distancia, grabó toda la carrera desde adentro, con lo cual al menos hasta el kilómetro 15 aparezco a su lado en su video, algo que guardo para la posteridad como un regalo personal.
Suele decirse que la mejor manera de conocer una ciudad es corriendo sus calles, atravesando sus arterias al trote y dejarse sorprender por el entorno. Y este caso no fue la excepción. Bogotá es una ciudad que atrapa y enamora. Y entonces, el imán de mirar constantemente el hermoso cerro de Monserrate, a 3200 metros sobre el nivel del mar, da paso a la primera subida de una carrera plagada de falsos planos. Por el kilómetro 2, a la izquierda del circuito, aparece el imponente estadio El Campín. Y desde el kilómetro 4 impacta la Torre Colpatria, que con sus 50 pisos y sus 196 metros es el edificio más alto de Colombia. Y entre el 7 y 8, surgen a la derecha el Museo y el Parque Nacional. Y en el 11, rodeamos el centro financiero. Y en el 15 nos acompaña el espectacular sistema de transporte público llamado Transmilenio, en el que se inspiraron para construir nuestro Metrobus. Y cuando en el kilómetro 18 el cansancio aparece, nada mejor que dejar que pase el tiempo viendo las vidrieras de diversas mueblerías, una junto a la otra como en nuestra avenida Belgrano. Y qué mejor para la cabeza que, a un kilómetro de la llegada, distraerse con la montaña rusa, el popular Samba y otras atracciones del parque de diversiones ubicado en uno de los límites del Parque Simón Bolívar, antes de divisar el arco de llegada y disfrutar de ese momento único e irrepetible de cada fin de carrera, en donde nos juntamos con todos los que a la par corrieron el circuito de 10k. En total, casi 45.000 corredores. Y un buen dato personal: jamás, antes o después de la carrera, padecí los efectos de la altura.
En el kilómetro 11 apareció Will Vargas, antento a sus chicas. Mientras yo controlaba mi respiración y estaba muy atento a que ningún esfuerzo me afecte en lo físico, él iba al trotecito, charlando como si nada. Sólo le faltaba sacar un mate y los bizcochitos. Un fenómeno. Sobre el final, pagué caro el placer de compartir tres kilómetros junto a él, a su ritmo. Pero no me lo quita nadie. En el kilómetro 15 sentí que se me endurecía el gemelo derecho, y en el 20 se me acalambraron los dos cuádriceps. En ambos casos, la incomodidad se me fue repitiendo una frase sabia: «No duele, ya pasa. No duele, ya pasa».
Es difícil explicar con palabras lo que se siente al cruzar la línea de llegada de una carrera. Y acá da lo mismo dónde fue la prueba y cuál fue su distancia. En mi caso, el hecho de haber corrido por primera vez en la altura y fuera del país me provocó mucha emoción y la satisfacción de haber podido superarme, que al fin y al cabo, de eso se trata. Besé mi medalla y elongué más que nunca.
Según los datos oficiales terminé en el puesto 9751 sobre 15.000, con un tiempo oficial de 2h38m28s. Pero yo gané mi carrera. Cumplí mi objetivo. La cubrí. Y aunque pasaron cinco años de aquello, sigue siendo una de las medallas que más valoro de toda mi colección.