Munich 1972: URSS 51 – EE.UU. 50 (o el robo del siglo)
El 10 de septiembre de 1972, durante los Juegos de Munich, se produjo uno de los episodios más polémicos de la historia olímpica. En la final del torneo de básquetbol, la Unión Soviética derrotó a Estados Unidos 51-50, en un desenlace increíble y que aún genera discusión.
El siguiente texto forma parte de mi libro «50 Grandes Momentos de los Juegos Olímpicos«, que podés leer o descargar en este link
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Alexander Belov liquida el pleito y convierte, solo, el 51-50 para los soviéticos.
De un lado, Bobby Jones, Jim Brewer, Dwight Jones, Tom Henderson y Ed Ratleff. Del otro, Mishako Xorkia, Aleksander Belov, Alshan Sharmukhamedov, Surav Sakandelidze y Sergei Belov.
Estados Unidos y la Unión Soviética, frente a frente, en plena Guerra Fría. Solo la magia de los Juegos Olímpicos lo permitía.
Hoy es 10 de septiembre de 1972, y ambas selecciones juegan la final de la competencia de básquetbol, para ver quién se queda con el oro. Es deporte, pero es mucho más que eso. El mundo se paraliza.
Los Estados Unidos llegan con un invicto que intimida a cualquiera: jamás perdieron en un Juego Olímpico, y desde Berlín 1936 acumulan 63 (sesenta y tres) victorias consecutivas y 7 (siete) medallas de oro. Demencial.
Pero los soviéticos son un rival durísimo. Llegaron a Munich con una preparación notable: más de 400 partidos juntos. Además, entre sus jugadores está Sergei Belov, quien todavía no lo sabe, pero luego se consagrará como uno de los más grandes jugadores de todos los tiempos en Europa y el primero no estadounidense en ser incluido en el Hall of Fame del básquetbol.
Comienza el partido. Los soviéticos salen con todo a buscar la gloria y llegan a sacar 10 puntos de ventaja. Sin embargo, enfrente están los heptacampeones olímpicos, que reaccionan y se van al descanso solo cinco puntos abajo (21-26).
Nada cambia en la segunda parte. La URSS domina al ritmo de su estrella, Sergei Belov. Estados Unidos parece entregado, sobre todo cuando a 10 minutos del final vuelve a haber una ventaja de 10 puntos entre unos y otros (38 a 28). En un último y desesperado intento por dar vuelta la historia y mantener intacto el añejo invicto, el técnico norteamericano Henry Iba da la orden para que el equipo inicie una presión constante en todo el campo. La estrategia da resultado. Estados Unidos remonta el partido.
Cuando quedan solo 55 segundos, el marcador favorece a los soviéticos por solo tres puntos de ventaja: 49-46. Y ante la desesperación de los europeos, Jim Forbes
clava el 48-49. El estadio, que ya era una caldera, explota.
El final es una locura. Los soviéticos no saben cómo parar la reacción estadounidense, se desconcentran y aguantan con el balón casi hasta el límite de los 10 segundos permitidos, pero Tom McMillen le mete un tapón sensacional a un intento de Aleksander Belov y Doug Collins, a falta de seis segundos, enfila para el aro, para poner el agónico 50-49. Pero dos rivales lo empujan y lo hacen chocar contra el parante del tablero. Los árbitros cobran la falta personal. Collins, todavía mareado por el golpe, tiene en sus manos la chance de mantener a salvo el invicto de 63 partidos olímpicos y de preservar los 36 años de dominio estadounidense. Pavada de presión. Convierte el primer libre y el partido queda igualado por primera vez desde el 0 a 0 inicial. El tablero indica 49-49. Collins pica la pelota una, dos, mil veces, y mira en otras tantas ocasiones al tablero. Es el tiro de su vida. El que no solo puede cambiar el resultado de ese día, sino que también de él depende su futuro. Si lo mete, será retirado en andas del estadio y será recibido como héroe a su regreso en Estados Unidos. Los libros dirán que gracias a él, los norteamericanos aplastaron a los soviéticos también en el básquetbol. Pero si no lo mete, será considerado un traidor a la patria, un flojo, un inútil.
Collins, por suerte para él, no tiene tanto tiempo para pensar. Y entonces tira. Y encesta. Y pone a su equipo por primera vez arriba en el marcador. Y sale a festejar, alocado, con sus compañeros, más alocados que él. Y el tablero anuncia que Estados Unidos le gana 50 a 49 a la URSS. Y que no queda tiempo para nada más porque abajo del resultado, el reloj dice que faltan solo tres segundos…
Los soviéticos, que habían pedido un tiempo muerto que no les concedieron, sacan desde debajo de su tablero. La toma Sergei Belov, que intenta, sin éxito, clavar un doble desde lejos. Suena la chicharra.
Los estadounidenses festejan la medalla dorada, la hazaña, la proeza, el invicto y la espectacular victoria. La bandera de estrellas, con listones rojos y blancos flamea en buena parte de estadio. Es una fiesta. Parece que el partido terminó. Pero no. Uno de los árbitros había pitado para detener la jugada. Queda un segundo por jugarse y el alboroto es total. La cancha está plagada de personas. Los soviéticos argumentan que habían solicitado tiempo muerto antes de los tiros libres de Collins. Y aquí se produce una confusión que durará de por vida.
Según las reglas de la FIBA de esa época, una vez que se anotaba el segundo tiro libre no se podía solicitar un tiempo muerto. Así las cosas, los soviéticos argumentan que lo pidieron antes del segundo lanzamiento de Collins. Siete jugadores del equipo rojo y su seleccionador, Vladimir Kondrashkin, tratan de explicarle eso a la mesa. Los jueces acceden al reclamo, y uno de ellos, el brasileño Renato Righetto mira el reloj. Falta un segundo. Entre todos logran desalojar la cancha de intrusos y vuelve a sacar la Unión Soviética.
La pelota viaja rumbo a Paulaskas. Pero el pase es rechazado una vez más por los norteamericanos. Suena otra vez la chicharra y el banco estadounidense explota de alegría. Todos los norteamericanos celebran la victoria en el medio de la cancha. Ahora sí, parece que el espectacular partido se terminó. Pero no.
En una situación inédita, William Jones, secretario general de la FIBA, abandona su palco y se acerca a la mesa de control para explicarles a los jueces que en realidad debían reponerse los tres segundos que faltaban cuando Collins (hacía ya mil años) había puesto el marcador 50-49 en favor de su equipo. Después de unos minutos, el dirigente ordena una tercera reanudación del partido. Los jueces hacen como pueden para explicarles a los jugadores norteamericanos, que ya festejaban el oro, que el partido tenía que seguir. Los estadounidenses no lo podían creer.
Desesperado y consciente de que era la última chance, Edeshko, desde debajo de su tablero, lanza la pelota lo más fuerte posible para que Alexander Belov se las arregle como pueda en el aro rival. Ante la marca de Joyce y Forbes, el soviético gana en lo alto, mientras los defensores se caen al suelo y quedan fuera de combate. Solo, la mete en el aro casi con miedo a errar un doble imposible. Ahora sí, es el final. La Unión Soviética se convierte en el primer equipo que les gana a los estadounidenses en los Juegos Olímpicos y es el nuevo dueño de la medalla de oro. El juez Righetto está tan indignado que tiene decidido no firmar la planilla oficial del partido.
El técnico del conjunto norteamericano, Henry Iba, se acerca a la mesa de control para realizar una protesta oficial. Se siente estafado, robado. Pero no solo por el partido que acaba de perder, sino porque en el medio del tumulto alguien se ha aprovechado de la situación y le sacó la billetera del bolsillo, con jugosos 370 dólares adentro. Todo mal. Aún no saben que esa misma noche habrá una reunión especial donde cinco representantes de la FIBA determinarán por 3 a 2 la validez del resultado final (51-50) en favor de los soviéticos.
Para los estadounidenses todavía no es tiempo de amargarse porque fueron representantes de Polonia, Hungría y Cuba los que derrotaron a los de Italia y Puerto Rico en aquel debate. Ni siquiera piensan aún en tomar la decisión de no aceptar las medallas de plata si no los favorece el anuncio final (algo que hasta 2012 continúan rechazando año tras año, cuando el Comité Olímpico Internacional les envía el formulario que deben completar para recibirlas). Ahora es momento de tristeza, bronca, impotencia, por sentirse víctimas de uno de los robos más descarados de la historia. Del otro lado, todo lo contrario.
Para los soviéticos es tiempo de saltar y festejar. De abrazarse y de llorar. De reír y de cantar. Para ellos, fue una de las hazañas más grandes de su historia deportiva.
Los americanos no tienen razón.
SI existía la regla del tiempo muerto tras los lanzamientos de la falta.
Vladimir Kondrashkin lo pidió. En el marcador estaba encendida la luz del tiempo muerto y en la mesa estaban pulsando el botón de aviso del tiempo. Todo fue correcto.
Los soviéticos disponían de 3 sg y no de 1 sg como se les dio en el primer momento.
Una vez que les dieron el tiempo que les pertenecía, los 3 sg, pusieron en marcha la jugada que ya
había sido entrenada anteriormente por Belov y consistía en mandar el balón junto a canasta, aunque no hubiera nadie para recogerlo. Belov les gana por velocidad y anota.
El fallo real de la jugada estriba en la inexistente defensa hecha sobre Edeshko por parte de
Mc. Millan, futuro senador americano y que permitió al bueno de Iván enviar un balón perfecto.
En cualquier caso, también podemos ver como el jugador número 10 americano hace falta
clara sobre Belov en el último ataque soviético, aunque Mc. Millan tapona correcto. ¿Porque
no se pitó esa falta clara, con el árbitro pegado a los jugadores?. En un partido de basket hay
muchas faltas dudosas… La última jugada del partido no lo fue,
EEUU mandó al equipo más joven de su historia y pagó con su inexperiencia. Fue su primer
partido perdido en unos JJ.OO. Luego vendrían muchos más. Aprendieron la lección y comenzaron a mandar a jugadores profesionales a partir de entonces.
Alexander Belov