A 25 años de River campeón del mundo
Escribí lo siguiente en canchallena.com acerca del cuarto de siglo que se cumple hoy del momento más glorioso de la historia de River. Que lo disfruten.
14 de diciembre de 1986. River está próximo a cerrar un año inolvidable. Ya ganó con comodidad el campeonato ´85/´86 con 10 puntos de ventaja sobre su escolta, Deportivo Español, y por primera vez en su rica historia alzó la Copa Libertadores de América, después de ganarle al América de Cali de Falcioni, Ischia, Roberto Cabañas y Gareca 2 a 1 en Colombia y 1 a 0 en Núñez. Sin embargo, falta lo mejor. La frutilla del postre.
Los inconfundibles sonidos de sirenas y (ya por entonces) vuvuzelas no dejan dudas: River está en Japón y próximo a jugar la gran final intercontinental ante el ignoto Steaua de Bucarest (Rumania), que logró ese lugar de privilegio gracias a Barcelona. ¿Cómo fue eso? Ocurrió que en la final de la Copa de Campeones de Europa de ese año se dio un hecho insólito: tras el 0 a 0, el conjunto catalán erró los cuatro penales de la definición (algo sólo igualado por Boca en la final de la Libertadores de 2004), y los rumanos ganaron 2 a 0 (entre ambos equipos fallaron 6 de los 8 disparos).
Pero volvamos a Tokio y a 1986. Lejos de participar en mundiales y con escasa actividad futbolística en el año, los japoneses gritan enfervorizados. Desde 1980 disfrutan del último gran partido del año. Y el cariño hacia los argentinos se hizo notorio en este último tiempo, gracias al título logrado por Independiente en 1984 (1-0 a Liverpool) y, sobre todo, por la gran actuación de Argentinos Juniors hace un año, cuando perdió 4-2 por penales ante la poderosa Juventus, tras un emocionante e inolvidable 2 a 2 que perdurará en el tiempo.
Están Pumpido, Ruggeri y Héctor Enrique, que hace unos meses fueron campeones mundiales con la Argentina en México. Y el Tapón Gordillo, impasable por la derecha. Y el uruguayo Nelson Gutiérrez, aportando toda su sangre charrúa en cada intervención. Y, firme como 3, Alejandro Montenegro. Y el Tolo Gallego copa todo el mediocampo, en sus últimas intervenciones como futbolista, antes de ganar todo como DT, y Roque Alfaro, y el gigante Beto Alonso, que en plena vuelta olímpica se pondrá a llorar y decidirá que ese es el último partido oficial de su extraordinaria carrera futbolística y se retirará en lo más alto, como merece. Y está el inolvidable Juan Gilberto Funes, autor de dos goles claves en las finales con América. Y aunque parezca que falta, también está el Enzo. Y en el banco está sentado un platinado Héctor Veira, que unos meses antes había corrido y corrido en el Monumental, para agradecerle al cielo cada uno de los tres goles que River le marcó a Vélez para coronarse campeón local después de cinco años de sequía.
Por suerte también está Antonio Alzamendi, el que completa el trío de uruguayos de este inolvidable equipo de River. Serán él y su velocidad los que, tras una viveza del Beto a la salida de un tiro libre, quedarán mano a mano frente al arquero (que nunca sabremos que se llama Dumitru Stingaciu) y buscarán el rebote, para cabecear la pelota hasta el fondo de la red y meterse en la historia grande del Millo para siempre.