Así se VIVE un Mundial
Federico Martínez Daverio es amigo mío desde el preescolar. Es decir desde 1980, o sea desde hace 26 años.
Las vueltas de la vida y la inestabilidad laboral de principios de siglo lo obligaron a emigrar en el 2002 a España, porque pese a ser un gran arquitecto no conseguía laburo de lo suyo, y ahora vive en un pueblito de Francia.
Como es sabido, en Europa todo queda cerca. Y no era de extrañar que Fede se haga una escapada a Alemania, para vivir el Mundial a pleno.
Este es su primer reporte, acerca de lo que vivió el pasado viernes, en la goleada de Argentina a Serbia y Montenegro. Tal vez les parezca un poco extenso, pero les aseguro que es muy emotivo y muy llevadero. Espero que lo disfruten tanto como yo:
Quiero compartir con ustedes una de las experiencias mas importante de mi vida: ESTAR EN UN MUNDIAL. Por que no es el solo hecho de haber vivido un partidazo de nuestro equipo sino tambien de VIVIR un mundial, de estar en estado de fervor constante en la calle. Fuera del estadio y ni hablar dentro.
Todo comieza desde el momento que llegas al aeropuerto. En mi caso llegue a Frankfurt. Ya comenzás a ver banderas. Gente pintada… Te cruzás con algún compatriota, cruzás dos palabras,»¿De dónde venis?», «¿Adónde vas?», un «Vamos Vamos Argentina!!», y seguis tu camino. Te empezás a empapar de futbol. El ambiente te contagia.
Luego, al llegar al hotel en Colonia, despues de 2 hs de viaje en coche y al ir al centro de la ciudad, ya estás enfermo. Te contagiaste hasta la médula de esa pasión por el futbol y por tus colores, que los defendés a muerte contra cualquier nacionalidad, sin importar tamaño ni cantidad.
Me crucé con ingleses, mexicanos, ecuatorianos, brasileros, de Ghana, Rep. Checa, bueno, de todas las nacionalidades ; es un elixir de colores, cánticos increíbles.
Sin darte cuenta estás abrazado a un negro de Ghana que canta no sé que en un idioma indescifrable. Quizás te está puteando, pero sigo adelante con mi bandera a lo Superman, orgulloso de mi país (y eso que todavía no había pasado lo mejor), con la piel de gallina al cantar cada canción por la albiceleste, al cruzarte con un perfecto desconocido pero al ser de tu país te abrazás y saltás como si fuera amigo de toda la vida ; ESA ES LA IMAGEN DEL MUNDIAL.
La mañana siguiente. Día de partido. Me desperté nervioso, ansioso, tenso, fervoroso, todo a la vez, me sentía que podía volar (eso que no había fumado nada) desperté a los cánticos a Patou, y ya a las 10 de la mañana estaba listo: peinadito y limpio, con mi bandera y mi gorro que me mandó la vieja de 50 cm de alto puesto, con una remesa de argentina y mis tickets en mano. Creo que si me daban 10.000 euros no los daba, porque hay cosas que no tienen precio (y eso que no tengo Master).
En el viaje al estadio empiezo a ver muchos serbios. Yo, como buen argentino, ya los gozaba, y les mostraba la casaca y la bandera.
Pasamos por un pueblito y lo revolucionamos con otros coches argentinos al canto del típico y siempre bien ponderado «Vamos Vamos… Argentina…» a los bocinazos limpios…. Imagínense cómo nos miraban los pobres alemanes que pasaban por ahi….. Creo que vivían ellos también una nueva experiencia, pero no tan buena como la nuestra.
A unas cuadras del estadio se me pone un coche al lado y me enloquezco al darme cuenta que ERAN UNOS AMIGOS que ni sabian que iban ni que estaban. Eso es lo INCREIBLE del mundial ; te encontras con gente que no ves hace años. Pero así como los encontrás, luego de revolucionar el centro de Gelsenkirchen a los bocinazos los perdes entre la gente porque como estas en una nube te da igual. Y además, ya estás en el estadio.
Llegué tres horas antes para palpitar bien el ambiente. Lo primero que hice fue intentar salir en alguna tele argenta, así que me dirigí a la puerta principal y encontré a tres cámaras de la teve argentina ; Martín Souto, el chico ese que hacía el programa El Aguante (no sé si lo sigue haciendo o no) ; despues un petiso de canal 2 creo y el siempre bien acomodado y bien puteado por Araujo, Titi. Luego vino el «Tití, una foto» y el «por shupueshto, pibe» (ya se las enviaré).
Así fue que estuve dos horas bailando y cantando con un grupo muy chululo de argentinos para poder salir en la tele, aunque creo que fue un fracaso. Hasta ahora nadie me vio. Pero por supuesto, cuando se apagaba la lucecita dejábamos de cantar. Estábamos muertos y somos bien argentinos: grandes actores.
Bueno. Era hora de entrar. El estadio es INCREIBLE. Una escala ideal. Ni grande ni chico, pero con una tecnología nunca vista por mis ojos. TODO TECHADO. Te sentías en un partido de la NBA pero con unos monos (nosotros) que hacían retumbar todo.
A mí, por desgracia, me tocó del otro lado de la hinchada, aunque me descargué con los serbios que tenía a mi alrededor de lo lindo (estaba rodeado). Ellos con sus cánticos con gestos bien de derecha -casi-nazis- y yo y algún otro inadaptado saltando, bailando y sobre todo puteando por nada, cosa que disfrutamos de lo lindo.
Cuando Argentina entra al estadio para hacer el precalentamiento ya los pelos se me empiezan a poner de punta, pero lo más emocionante y dificil de transmitir es el himno: la piel se te eriza y te agrandás como nunca y odias a los serbios que lo chiflan. Así que para variar se ganaron una gran puteada.
Empezó el partido. Y la magia. Como lo vieron no les cuento en relación al fútbol, pero sí en relación al ambiente. Los argentinos no paramos de cantar y bailar. ¿Se vio asi por television? Fue una fiesta. Lo mejor fue ver a los serbios que nos silbaron el himno y a quienes putee irse despues del tercer gol. ¡Hasta se negaban a hacer la ola! Qué lindo.
Terminó el partido y nos cruzamos con la barra y estuvimos una hora y media cantando y bailando al lado del Tula (tambien les debo la foto, ya se las enviaré) y afuera, al salir del estadio, cumplí otro sueño: gritarle a Giordano: «No le peguen es Giordano». Un cago de la risa. Estuve a su lado, abrazado, bailando y gastándolo como nunca. Pobre tipo, es un poco infra, ¿no? No entiendo como hizo ese imperio.
Bueno, al volver a la ciudad nos encontramos en una esquina aledaña al estadio, un camión de Quilmes y unos indígenas saltando y bailando como monos sobre los semáforos (argentinos, por supuesto); me sentía en cualquier esquina de Buenos Aires. ¡Hasta vendían choris! (muy malos porque eran alemanes).
La Policía alemana estaba anonadada con lo que veía. Pusieron un cordón humano para contenernos y para que no copemos la avenida. Pero terminamos amigos sacándonos fotos con ellos, y hasta le sacamos alguna sonrisa.
Otra increíble : alli me encontré con más amigos, que viven en Alemania. Para el mundial no se necesita cita…
Después vino el turno de la melancolía, camino lógico después de tanta euforia. Volvimos a Colonia para seguir viviendo el mundial, morfamos en un restaurante argentino un buen bife de chorizo made in Argentina y nos seguimos cruzando con «hermanos» y con colores de todo tipo.
Ya se empezaban a ver los colores de checos y ghaneses, que era el partido siguiente en esa ciudad.
Al volver al hotel encontramos la bandera albiceleste colgada de la fachada del edificio gracias a una gentiliza de los dueños del hotel, porque la verdad es que los alemanes te sorprenden porque son fríos, pero tienen esos detalles invalorables. ¿O será que lo desestructuré cuando le canté todas las canciones de cancha de la Argentina?
Bueno, queda mucho camino, por eso ya planeo mi vuelta a Alemania. Esta vez sin entradas pero no importa, porque el mundial se vive en la calle.
Hasta el proximo reporte.Fede
(hincha numero 32.542.878 de la albiceleste)
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