El atroz encanto de ser un ídolo
El título, una adaptación libre de ese genial libro de Marcos Aguinis llamado “El atroz encanto de ser argentino”, resume una suma de sensaciones que intentaré explayar en las siguientes líneas.
Por gusto personal, pedí cubrir para el diario La Nación y canchallena.com el debut de Juan Román Riquelme en Argentinos Juniors. Un hecho trascendental en la vida del futbolista, del club que lo vio desarrollarse y evolucionar en las Inferiores pero que no lo disfrutó en Primera División, y en los hinchas, tanto del Bicho como los de Boca y tantos otros que gustan del juego.
¿Cuántas de las cerca de 15.000 personas que prácticamente llenaron las tribunas del estadio habrán ido a ver a Juan Román y cuántas habrán serán habitués? ¿Cuántos periodistas conocen cada rincón y cada una de los cómodas cabinas de prensa y cuántos debutan como yo?
La respuesta es imposible de saber, pero algunos indicios evidenciaron que hubo “infiltrados”, que no todos éramos de Argentinos en la primaveral tarde del sábado pasado.
Uno de ellos fue el silencio que se sintió en buena parte del partido. Y no quiero polemizar acerca de cuánto cantan los hinchas del Bicho, sino que quiero focalizarme en que la mayoría prefirió ver el partido, disfrutarlo y desmenuzar el debut de Riquelme.
No quiero exagerar, pero estoy convencido de que por momentos el único observado era él, tuviera o no la pelota. Porque para hablar de cómo juega Román, hay que verlo en la cancha. Es mucho más lúcido todo lo que hace sin pelota que con ella, porque además esto último se puede ver por TV sentado cómodo en un sillón. Pero todavía no hay transmisiones que exhiban el panorama y que sigan constantemente a un futbolista para que todos los teleespectadores vean las indicaciones que da, cómo ordena a sus compañeros, cómo busca desmarcarse y cómo marca la diferencia desde su sola presencia. Así fue como en un momento me desentendí de la jugada y vi clarito el codazo/piña de Riquelme a Dening, que debió terminar con la expulsión de la gran estrella de la tarde a los 23 minutos de juego, lo cual hubiera cambiado todo.
La otra gran señal de que éramos varios los que no somos hinchas del Bicho es que alguno le pregunta al de al lado cómo se llama el 11 “de ellos” (Emanuel Dening) o el 2 local (Miguel Torren), que jugó un gran partido y hasta detuvo él solito una contra en donde el de Argentinos quedó solo contra cuatro rivales. Y esto pasó en las tribunas y en las cabinas de transmisión también. A no hacerse el distraído porque no fui solo yo el que buscó en la planilla el nombre del 5 de Boca Unidos (Matías Escobar) para anotar al lado que le hizo un buen “hombre a hombre” a JR…
“A esta hora, Angelici debe estar sacando un champagne del freezer para empezar a brindar”, comentó al pasar un colega cuando promediaba el segundo tiempo, en relación a la no renovación del contrato del 10 y su salida de Boca y la actuación discreta del JR en su debut. Pero pasaron un puñado de minutos y todo cambió. Porque en un contragolpe quedó él solo de punta, recibió un cambio de frente perfecto de Iñiguez en una contra letal tras un corner a favor de Boca Unidos, enganchó para su derecha y sacudió un derechazo que le picó justo antes al arquero Garavano e infló la red. 1 a 0, ovación, abrazos, flashes y tapas de diarios. Todo, en 5 segundos.
“Y ahora, el champagne se lo mete en el culo y mañana la Bombonera es una caldera”, retomó aquella idea ese mismo periodista, en relación a Angelici.
El triunfo, inmerecido más allá de aquella máxima de que gana el que hace más goles, terminó con la gente celebrando, y entonando una canción que seguramente hizo conmover al 10. Porque aquel “ohhhh, vamos a volver, a volver, a volver, vamos a volver” tenía la misma melodía que otro cántico que conoce y dice “ohhh, dale dale Bo, dale Bo, dale Bo, dale dale Bo”.
Prácticamente todos los que asistieron el último sábado al estadio se quedaron hasta el final, para aplaudir una vez más al hijo pródigo, que entró al campo de juego bajo un sol radiante y se fue iluminado por una luna llena de película.
No debe ser sencillo ser ídolo. Se llamen de una manera o de otra. Siempre estarán bajo una lupa mucho más grande que la que se posa sobre los que no lo son y generarán antinomia aún sin proponérselo, y aún más allá de lo que hagan en el campo de juego. Está claro que Juan Román Riquelme forma parte de ese grupo selecto. Le critican que no grita el gol, que “juega serio” (debería jugar con un casco de moto así sólo le ven los pies) y la más ridícula: “que es un pecho frío”. Justo a un tipo que jugó sus mejores partidos en situaciones determinantes, en finales y ante los clubes más importantes del mundo. Y que ganó una pila de títulos y metió una torta de goles de todo tipo, además de incontables asistencias y lujos (a propósito, súmenle ese taco impresionante allá en el corner izquierdo del ataque de Argentinos).
A los 36 años Juan Román Riquelme no puede ni podrá hacer las cosas que logró a los 18 o a los 26. Eso es lógico y el paso del tiempo nos afecta a todos. Pero su calidad está intacta. Y además, es el último gran ídolo en actividad. El último 10. Nadie juega como Riquelme y se nota. Ni en el fútbol local ni en la selección argentina (Messi es mucho más explosivo y es más delantero que volante).
Por eso, es muy recomendable para aquellos que disfrutan del fútbol bien jugado, que se den una vuelta por la Paternal cuando juegue Román.