El tío borracho y Diego Ceballos
La pareja de novios esperó este momento durante mucho tiempo. Los preparativos les demandaron meses y dinero. Que el salón. Que la Iglesia. Que el vestido. Que el catering. Que el fotógrafo. Que el disc jockey. Que la mesa dulce. Que la luna de miel. Meses organizando todo para tener una fiesta soñada.
Todo es alegría. El ingreso de ambos es con música y con un show de luces inolvidable. El día pudo haber sido lluvioso, pero el agua se detuvo para ellos. Los invitados cumplieron, dándole a la ceremonia un marco espectacular. No cabe un alfiler en el lugar.
Pero de repente, todo se derrumba con el correr de los minutos. Un tío de él, que ella no quería invitar, se transforma en el protagonista inesperado de la fiesta. Se roba todos los flashes. Se mete, sin pedir permiso, en el centro de la escena. Copa a copa, el tío se emborracha como nunca en su vida. No sólo eso: a la vista de todos, intenta chaparse a la hermana la novia. Es una vergüenza.
Pero lo peor está por venir: en pleno vals, le vomita el vestido a la flamante esposa de su sobrino. La fiesta está destruida. Ella lo putea en cámara lenta, en una inolvidable imagen que captan las cámaras de video para siempre, se pone a llorar desconsoladamente y se encierra en la habitación que el salón tiene para los anfitriones. Él no sabe cómo actuar, pero por las dudas sigue celebrando. Bailando y cantando como si nada pasara. Eso le costará la primera gran discusión del matrimonio. El amago de que se suspenda el casamiento. Una luna de miel pésima.
Una situación muy similar se vivió anteanoche en el estadio Mario Alberto Kempes, de Córdoba. Todos esperaban con ansiedad el partido entre Boca y Rosario Central, los dos mejores equipos del país, por la final de la Copa Argentina. En una imagen infrecuente para el fútbol argentino actual, el estadio se partió en dos para cobijar a decenas de miles de fanáticos de cada club, que en forma pacífica se chicanearon y alentaron a sus equipos. Como en los viejos tiempos. Todo era una fiesta.
Pero Diego Ceballos apareció en escena y arruinó todo. Con una sorprendente y por momentos sospechosa incapacidad, perjudicó a los rosarinos con decisiones erradas. No una. No dos, sino tres o cuatro veces, según cómo se lo mire. Un penal que fue y que no vio a favor de los canallas, un penal que no fue y que vio para Boca, un offside discutible que le anuló un gol a Central y un offside claro que no anuló en el 2 a 0 xeneize. Por eso las lágrimas de furia e impotencia que le brotan a Eduardo Coudet de los ojos. La sensación de afano es total para el plantel canalla.
El tío se fue de la fiesta rodeado de otros parientes, que además de sostenerlo en pie lo preservaban de toda la parentela de la novia, que querían molerlo a palos. Ceballos no tuvo ni eso. Sí protección policial cuando se retiró, pero ni un solo hincha de Central lo esperó para insultarlo. La indiferencia en las afueras del estadio fue total.
Tal vez Ceballos no esté a la altura de una final. Tal vez Central haya pecado de ingenuo, en un fútbol sospechado al máximo. Tal vez Boca, todavía golpeado por lo que pasó con River en la Libertadores, ahora disfrute sin culpas.
O tal vez no haya que invitar más al tío borracho.