¡Ganó!
Y un día, Argentina volvió a saber qué se siente sumar de a tres puntos.
La tarde comenzó de la mejor manera. Luego de un chaparrón, algunos rayos de solsalieron a tiempo para ver cómo el cabezazo de Messi a los 5´ y el zapatazo de Agüero a los 12´ se convertían en un uno-dos casi letal para Uruguay.
Poco después, Messi casi mete el tercero, y Demichelis clavó un frentazo que terminó en gol pero que fue anulado por off-side.
Había un equipo solo en la cancha. De la garra charrúa no había ni una uña. Es más, hasta se comenta que Carrizo se apoyó, aburrido, sobre el palo derecho y se quedó dormido media hora…
Sin embargo, cuando uno imaginaba un cielo despejado para la Argentina, todo empezó a nublarse. El equipo local fue retrocediendo innecesariamente, y aquel primer tiempo que pudo haber terminado a puro sol y con una goleada histórica terminó «encapotado» y con pronóstico de nubarrones para la segunda parte, más aún con el descuento de Uruguay (Diego Lugano a los 40´).
Ya en el segundo tiempo, el partido se convirtió en un clásico de barrio, callejero. En lugar de jugar al fútbol, jugaron a ver quién era el más guapo. Y aquí, lamentablemente para la postura de este blog desde hace años, no queda otra que nombrar al único responsable de que eso haya sido así: el árbitro paraguayo Carlos Torres tuvo una de sus peores actuaciones de su carrera. No estuvo para nada a la altura de las circunstancias, dejó pegar demasiado a los uruguayos, y eso perjudicó el juego. El colmo de lo insólito fue cuando amonestó a Riquelme por sacar un tiro libre antes de la orden, mientras el lateral charrúa Diego Pérez, que recién vio la tarjeta amarilla cerca del final el partido, venía de pegar cuatro patadones…
Fue realmente innecesario sufrir de la manera que se sufrió. La que mostró en el Monumental es una de las peores imágenes que se vio de una selección de Uruguay en los últimos tiempos. Su juego es pobrísimo, no tiene gol (menos si Forlán no juega) y carece de vocación ofensiva.
Los puntos altos del equipo fueron Carrizo (sobrio, sereno y seguro), Demichelis (impecable), Mascherano (un clásico), Cambiasso (desde su silencio) y Riquelme (más activo que en otras ocasiones, aún lejos de su mejor nivel sigue marcando la diferencia). Lo de Messi y Agüero fue a cuentagotas (en ambos casos, el gol y poco más), y Tevez sigue con más ganas que fútbol.
Sólo el amor propio de la Celeste y la inoperancia del banco argentino (Basile sacó a Riquelme y puso a Ledesma, para terminar defendiendo el 2 a 1 con 3 (¡tres!) números 5 -el «Lobo», Cambiasso y Mascherano-, a Agüero por Milito y a Messi por… ¡El Cata Díaz!) posibilitó la reacción visitante, que sin ideas, casi se lleva un empate en los últimos minutos.
Se ganó después de cinco partidos, lo cual no es poco. Pero a Argentina le falta mucho trabajo y eso queda en evidencia en cada presentación.
El miércoles, ante Chile de visitante, comienza la segunda rueda de estas complicadas eliminatorias.
Sin Riquelme y Tevez, veremos otra versión de esta Selección, y quedará dilucidado cómo se las arregla Basile para reemplazar obligadamente a su jugador fetiche.