Historias olímpicas: Abebe Bikila, descalzo a la gloria
Este texto forma parte del libro «50 Grandes Momentos de los Juegos Olímpicos«, publicado en 2012 por Ediciones Al Arco, y auspiciado y repartido de manera gratuita por el Ministerio de Educación de la Nación en las escuelas primarias públicas. También podés leerlo online haciendo clic aquí.
La historia de Abebe Bikila
(Crédito: programa Runners – Fox Sports HD)
Abebe Bikila era, antes de los Juegos Olímpicos de Roma 1960, un completo desconocido fuera de África. Pero este atleta etíope logró ganarse un lugar en la historia al alcanzar un hito completamente impensado.
Bikila, que llegó a la capital romana de casualidad (no había sido seleccionado, pero el azar quiso que uno de sus compañeros elegidos se lesionara en un partido de fútbol y él ocupara su lugar), terminó convirtiéndose en una de las máximas figuras de esos Juegos.
Cuando llegó el día de la gran prueba, la Maratón olímpica, Bikila, que por entonces tenía 28 años, sintió que era el gran momento para llevar a su país a lo más alto. Pero cuando se vistió, se encontró con un problema inesperado: no estaba cómodo con las zapatillas que le imponía la empresa alemana Adidas, que había firmado un contrato para ser “el calzado oficial” de la competencia. No se sentía a gusto.
Pero era solo un detalle. Abebe no había llegado hasta allí para abandonar porque el calzado le molestaba. Entonces, tomó una decisión tan sabia como sorprendente: se sacó las zapatillas y corrió los 42,195 kilómetros por la ciudad de Roma como tantas veces lo había hecho en su Etiopía natal y como más cómodo se sentía: descalzo.
“De él no tenemos que preocuparnos”, dijo el fondista estadounidense Gordon McKenzie, cuando vio a Abebe Bikila, mientras se calentaba descalzo para el inicio de la carrera. A esa altura, nadie podía imaginarse lo que sucedería.
La maratón de Roma se largó a media tarde, para evitar las altas temperaturas de una jornada que había sido muy calurosa. Los corredores largaron a los pies del imponente Arco de Constantino.
Los favoritos se abrieron paso rápidamente, para tomar distancia del grupo inicial. Uno de ellos era el marroquí Rhadi Ben Abdesselam, candidato al oro. Pero el ignoto Bikila, sin su calzado, lo seguía de cerca y empezó a destacarse. Su delgada figura avanzaba ante una Roma iluminada por la luna, siglos y siglos de historia lo contemplaban. A su paso, los espectadores lo observaban extrañados, y se miraban unos a otros preguntándose quién era ese hombre que no solo tenía el coraje de correr sin zapatillas, sino que además era uno de los líderes de la carrera.
En su recorrido por las calles empedradas de Roma, Bikila debió pasar por el obelisco de Axum, un imponente monumento de 24 metros de altura que había sido robado de su país en 1937 por el ejército
italiano, durante la Segunda Guerra Ítalo Abisinia. Luego de reiteradas disputas políticas, volvería a su lugar original 71 años después, el 4 de septiembre de 2008.
Fue una carrera emocionante. Bikila y Abdesselam corrieron juntos durante gran parte de la prueba, ante una multitud que los ovacionaba a su paso. Los dos atletas corrieron juntos hasta los últimos 500 metros, cuando Abebe apuró la marcha y tomó la delantera. Cuando llegó a la meta, además de lograr la hazaña de ganar sin zapatillas, también lo hizo estableciendo un nuevo récord mundial: 2h15m16s2/10. El público estaba enloquecido.
Rodeado de ovaciones y flashes de los fotógrafos, Bikila, el corredor descalzo, siguió su paso y recién se detuvo en el Arco de Constantino, a pocos metros de donde Mussolini había partido con su ejército a la conquista de Etiopía. Allí le rindió honor a su país.
Cuando le preguntaron por qué corría sin zapatillas, Bikila tomó conciencia del simbolismo de su gesta y dejó una frase para todos los tiempos: “Quería que el mundo supiera que mi país, Etiopía, ha ganado siempre con determinación y heroísmo”, dijo. Era el primer africano que lograba un oro en la historia de los Juegos Olímpicos.
Los organizadores no imaginaron que un africano ganaría la Maratón. Por eso, al desconocer el himno de Etiopía, durante la ceremonia de entrega de medallas entonaron las estrofas de la canción patria italiana. Insólito.
La carrera de Abebe en Roma se convirtió enseguida en una de las leyendas más grandes del mundo del olimpismo, y su nombre se hizo popular en todo el planeta. Cuatro años después, y seis semanas antes de intentar defender su título, Bikila presentó un cuadro de apendicitis y decidieron operarlo. No estaba bien entrenado, y cuando llegó a Tokio, todavía caminaba rengueando. La ovación que recibió le llenó el cuerpo, y le dio fuerzas para intentar una nueva hazaña.
Calzando zapatos de carrera por primera vez en su vida, registró un mejor tiempo de 2h12m11s2/100, superando al segundo por un margen de cuatro minutos, y convirtiéndose en el único atleta en ganar dos maratones olímpicas consecutivas, un mes y medio después de haber pasado por el quirófano. Un crack.
Bikila fue por más y trató de colgarse una tercera medalla dorada en los Juegos de México DF, en 1968. Sin embargo, la altura de esa ciudad le jugó una mala pasada y debió abandonar la prueba en el kilómetro 17.
Las paradojas de la vida hicieron que este maratonista impresionante sufriera en 1969 un tremendo accidente automovilístico cerca de Addis Abeba, en Etiopía, que le produjo una parálisis total, desde el abdomen hacia abajo.
“Los hombres exitosos conocen la tragedia. Fue la voluntad de Dios que ganase los Juegos Olímpicos, y fue la voluntad de Dios que tuviera mi accidente. Acepto esas victorias y acepto esta tragedia.
Tengo que comprender ambas circunstancias como hechos de la vida y vivir feliz”, dijo entonces. Pero la tristeza lo superó. Cinco años más tarde, el 25 de octubre de 1973, Abebe Bikila moría a causa de una hemorragia cerebral provocada por complicaciones derivadas de su accidente, a los 41 años.