Historias olímpicas: Michael Johnson, el hombre nuclear
Este texto forma parte del libro «50 Grandes Momentos de los Juegos Olímpicos«, publicado en 2012 por Ediciones Al Arco, y auspiciado y repartido de manera gratuita por el Ministerio de Educación de la Nación en las escuelas primarias públicas. También podés leerlo online haciendo clic aquí.
Dicen que hubo un tiempo, no muy lejano, donde un hombre voló en las pistas de atletismo de un Juego Olímpico como nunca antes.
Dicen que fue en Atlanta ’96.
Dicen que fue la noche del primer día de agosto de aquel año.
Dicen que hacía calor.
Dicen, también, que unos días antes (tres, para ser más exactos), había deslumbrado en la final de los 400 metros, donde obtuvo la medalla de oro, después de establecer el mejor tiempo del año: 43s 49/100.
Dicen que estaba nervioso porque cuatro años antes, en Barcelona ’92, se había quedado con las ganas de competir, por culpa de una intoxicación.
Dicen que igual se llevó de España el oro en la posta 4×400 metros, batiendo el récord mundial.
Dicen que esa noche usó el número 2370 en el pecho.
Dicen que apenas se escuchó la señal de largada de la final de los 200 metros, salió como una tromba, decidido a hacer algo grande.
Dicen que cruzó la meta con un tiempo imposible, 19s32/100, superando, incluso, su propio récord mundial.
Dicen que al segundo le sacó cinco cuerpos de ventaja.
Dicen que apenas cruzó la meta, levantó los brazos y gritó, consciente de lo que había logrado.
Dicen que después se cansó de sacarse fotos junto al cronómetro gigante.
Dicen, además, que nunca nadie antes había logrado la proeza de ganar el oro en los 200 y 400 metros en un mismo Juego.
Dicen que, ahí mismo, se convirtió en la gran figura de aquellos Juegos.
Dicen que para su defensa del título, cuatro años después, en Sydney 2000, la empresa que lo vestía le había fabricado unas zapatillas especiales.
Dicen que eran de oro.
Dicen, también, que aquella noche de agosto de 1996, en Jamaica, un niño de 10 años siguió paso a paso por TV el acontecimiento que cambiaría la historia del atletismo olímpico.
Dicen que abrió grandes los ojos.
Dicen que desde ese preciso instante el niño jamaiquino quiso ser como Michael Johnson, al que acababa de ver por televisión.
Dicen que lo convirtió en su ídolo.
Dicen que el niño jamaiquino, Usain Bolt, lo logró en 2008, y lo volvió a hacer en 2012.