Historias olímpicas: Nadia Comaneci, la chica 10
- Este texto forma parte del libro «50 Grandes Momentos de los Juegos Olímpicos«, publicado en 2012 por Ediciones Al Arco, y auspiciado y repartido de manera gratuita por el Ministerio de Educación de la Nación en las escuelas primarias públicas. También podés leerlo online haciendo clic aquí.
En los Juegos de Montreal 1976, una joven cautivó a todos con su belleza, su figura, su simpatía y, por sobre todas las cosas, su extraordinaria destreza a la hora de desarrollar sus disciplinas. Su nombre: Nadia Comaneci.
Durante aquella cita olímpica en suelo canadiense, esta rumana de solo 14 años, 39 kilos de peso y 1,56 de estatura se convirtió en la primera gimnasta de la historia a la que los jueces le otorgaron una puntuación máxima de 10. Fue el 18 de julio, en el ejercicio de barras paralelas asimétricas, donde realizó una prueba perfecta, ante una multitud que llenó el Forum para verla en acción.
Fueron apenas 20 segundos, pero cada uno de ellos fue empleado de manera maravillosa. Y si bien cada vez que se vuelve a ver ese video, pareciera desde el comienzo que será una actuación más, es sobre el final donde Nadia rompe con los parámetros establecidos hasta entonces y deslumbra al mundo con sus piruetas en el aire y con su salida, cercana a lo imposible, cuando rodeó con su cuerpo la barra inferior y sin tocarla con las manos, salió despedida hacia adelante como un ave, para un cierre perfecto. Como si flotara.
Nadia Comaneci en las Barras asimétricas de Montreal 1976.
El primer 10 de la historia de la gimnasia olímpica:
Como era prácticamente una utopía pensar que alguien pudiera realizar semejante performance, los carteles electrónicos que marcaban los puntajes no estaban preparados para la máxima nota. Por eso, las fotos que registraron para siempre aquel histórico momento muestran, detrás de Comaneci, un ridículo y anecdótico 1.00.
Pero lograr lo que logró no fue producto de la casualidad o del azar. Nadia dedicó toda su infancia a ser la mejor. Su ejemplo fue desde siempre su padre. Cada noche, cuando Gheorghe Comaneci regresaba del taller donde trabajaba de mecánico, la pequeña Nadia admiraba a su papá, que nunca se quejaba, siempre mantenía su buen humor y jamás reflejaba en su rostro signos de cansancio. Aún cuando permanecía toda la jornada fuera de casa, y debía viajar 90 minutos para ir y otros tantos para volver.
“Fue un mecánico que nunca tuvo coche, un hombre muy trabajador. De él aprendí que para triunfar hay que trabajar duro”, recordó Nadia alguna vez. Y quedó claro que de él tomó el mejor ejemplo.
Además de escribir una página grande de la historia olímpica con su inédito 10, Comaneci sumó en Montreal otras cuatro medallas: dos más de oro (en barra de equilibrios y en la clasificación general, por delante de las humilladas soviéticas), una de plata en la competición por equipos, detrás de la Unión Soviética, y otra de bronce, en suelo. Además, terminó cuarta en salto.
Otro de los aspectos gracias a los cuales quedó para siempre en la memoria colectiva de los amantes del deporte fue haber sido la primera que le puso ritmo musical a su ejercicio sobre el suelo, convirtiendo en danza una sucesión de acrobacias, e intercalando las más arriesgadas piruetas con pasos dulces, atractivos y cercanos al ballet.
Cuatro años después Nadia no pudo reeditar sus triunfos en los Juegos de Moscú, en 1980, donde los jueces soviéticos le faltaron el respeto y ayudaron a la local Yelena Davidova al triunfo. Fue tal descarado el robo, que el entrenador de la rumana, Bela Karoly, se agarró a trompadas con una jueza local, que no le dio a Nadia las centésimas suficientes para convertirse en campeona olímpica, favoreciendo y consagrando así a Davidova.
La grandeza de Comaneci fue más fuerte que las ganas de abandonar la competencia. Así alcanzó la medalla de plata en el ejercicio individual, en el concurso por equipos y en los ejercicios sobre el suelo. Además, volvió a demostrar su absoluto dominio sobre la barra de equilibrios, donde no hubo forma de que los jueces soviéticos la boicotearan.
Al poco tiempo anunció su retiro, y tuvo una vida ajetreada. Cuando se tornó imposible seguir viviendo en su Rumania natal, para escapar del régimen autoritario del dictador Nicolae Ceaucescu, debió afrontar distintos desafíos.
Algunos, insólitos, como tener que atravesar un alambrado, caminar durante más de ocho horas para cruzar a Hungría y hasta fingir ser la amante de un político de su país para poder llegar a Austria, donde finalmente pidió asilo político y logró emigrar a Estados Unidos.
Su malla blanca, con detalles en los costados de líneas con los colores de la bandera de Rumania, su pelo atado, esos ojos que derrochaban humildad, cariño, simpatía e inocencia, y su tremenda plasticidad le permitieron ganar otro título: ser bautizada como «La novia de los Juegos«.