Historias olímpicas: Hasta la vista Pyambuugiin Tuul
Este texto forma parte del libro «50 Grandes Momentos de los Juegos Olímpicos«, publicado en 2012 por Ediciones Al Arco, y auspiciado y repartido de manera gratuita por el Ministerio de Educación de la Nación en las escuelas primarias públicas. También podés leerlo online haciendo clic aquí.
En los Juegos Olímpicos de Barcelona ’92, el atleta surcoreano Wang Young-Cho ganó la exigente prueba de la maratón con un buen tiempo de 2h13m23s, poco más de seis minutos por encima del récord mundial de entonces, que estaba en manos del etíope Belayneh Densamo (2h06m50s). Segundo fue el japonés Koichi Morishita (2h13m45s) y tercero, el alemán Stephan Freigang, que le ganó el bronce al japonés Takeyuki Nakayama por apenas dos segundos (2h14m00s a 2h14m02s).
Durante los siguientes treinta minutos, fueron terminando otros 80 corredores, a razón de casi tres atletas por minuto. Algo más tarde, el botswano Benjamin Keleketu, el sirio Moussa El-Hariri, el vietnamita Luu Van Hung y el maldivo Hussein Haleem cruzaron la línea de meta. La cantidad de competidores que habían completado la prueba era 86, un número notable. Otros 23 habían abandonado.
Pero de los 110 inscriptos faltaba uno.
El mongol Pyambuugiin Tuul no era un eximio atleta y, a los 33 años, ya estaba más cerca del retiro. Sin embargo, logró formar parte de la máxima prueba de Barcelona. Lo único que se sabía de él en el estadio era que seguía en competencia. Los reyes de España se cansaron de esperarlo.
Casi una hora después que el corredor anterior (55 minutos y 28 segundos, para ser más exactos), Tuul llegó, exhausto, a la meta.
Una de las primeras preguntas que le hizo la prensa fue si no consideraba que el tiempo empleado había sido malo (casi el doble que el ganador), a lo que el mongol contestó, irónico y con un gran sentido del humor: “No lo creo. Después de todo, pueden decir que establecí el récord olímpico mongol de maratón”.
No conformes con aquella respuesta, otro periodista fue más allá y le preguntó si era el mejor día de su vida, a lo cual el atleta sí contestó en serio: “De ninguna manera. Hasta hace solo seis meses no veía absolutamente nada. Era un ciego. Cuando me entrenaba, solo podía hacerlo con la ayuda de mis amigos, que corrían junto a mí, para guiarme. Entonces fue cuando un grupo de médicos llegaron a mi país para realizar acciones humanitarias. Uno de ellos revisó mis ojos y me hizo algunas preguntas. Le dije que estaba incapacitado de ver desde mi infancia. Él me contestó que con una simple operación me podía curar. Lo hizo y pude ver, luego de 20 años. Así que hoy no es para nada el mejor día de mi vida. El mejor día de mi vida fue cuando aquel médico me devolvió la vista y pude ver a mi mujer y a mis hijos por primera vez en mi vida, y descubrí que son hermosos”.