La confesión de un runner empedernido: «Hoy me drogué»
Por Alejandro Pintamalli
Desde Amsterdam
Hoy me drogué. Lo hago siempre que puedo, dos o tres veces por semana. Me relaja mucho y levanta el ánimo. En mis mejores momentos conecto con un ritmo interno, el mismo que mueve los hilos de la naturaleza. Lo recomiendo. No cuesta nada. Te ponés las zapatillas y salís a correr.
No exagero cuando digo que el running es una droga. Está comprobado que dispara unas endorfinas que te hacen delirar. Pero para alcanzar ese nivel hace falta práctica. No basta con leer esto y salir a correr unas cuantas vueltas manzana. Como toda droga, exige un acostumbramiento. El cuerpo tiene sus tiempos y sus límites. Lo tenés que convencer, con constancia y paciencia, de que el ritmo es la cuerda del reloj interno que nos hace vibrar y que nos conecta con todo lo que nos rodea.
No sé cómo ponerlo en palabras, quizás los que hacen meditación lo sepan expresar mejor, pero cuando conectás vivís una experiencia inigualable. Le dicen la euforia del corredor.
Se me hace necesario gritar para que lo entiendan todos, sobre todo los más jóvenes, que se puede delirar, gozar y “volar” haciendo deporte. La gran ventaja del running es su movimiento repetitivo, casi ininterrumpido. Pero insisto, no se alcanza de un día para el otro. Pueden pasar incluso años.
Mientras tanto, aprendés a conocer tu cuerpo y tus límites. Retrocedés, bajás la intensidad, la aumentás y seguís hasta encontrar el equilibrio. Si me preguntan, digo que lo importante no es la velocidad. Batirse uno mismo se traduce en descubrir ese estado de bienestar interno. ¿Que si estoy loco? ¡Echale la culpa a la droga del running!