Pulpo a la gallega
Iba a esperar a las once para escribir estas líneas, pero creo que diga lo que diga el oráculo de Berlín, ahora sí que la gente está convencida de la victoria de nuestra selección en la cita mundialista. El tema del pulpo Paul está tomando unas dimensiones estratosféricas, y su predicción se verá en directo en la página web de la televisión pública: increíble pero cierto.
Este “convencimiento” sobre la victoria de España es, junto con el árbitro, lo que más me preocupa. La relajación mental a la que puede llevarnos el favoritismo va a ser nuestro mayor enemigo, y nuestro rival ya eliminó a unos señores de amarillo (azul) que se sabían superiores, se fueron mentalmente del partido y físicamente de Sudáfrica.
La gente está ilusionada, pero seguimos manteniendo esa mentalidad de que lo de fuera es siempre mejor (pese a que últimamente estamos rompiendo históricas barreras). Donde más aflora la ilusión, las banderas, el color y la sangre, es en los pueblos y ciudades más mestizos, con mayor número de inmigrantes, aquellos en los que están representadas todas, o casi todas, las naciones participantes, aquellas en las que puedes o debes “defender lo tuyo”.
Desgraciadamente cada cosa que está ocurriendo alrededor de la selección está impregnada de un tufo político desagradable: que si el hecho de llamarle roja a la selección, decisiones políticas y judiciales coincidentes con los momentos álgidos del mundial, el hecho que sea noticia la celebración de los éxitos de la selección en regiones como Cataluña… no dejan disfrutar del fútbol en estado puro.
Frente a Alemania, queridos lectores, qué decir, me esperaba más de los teutones, más codicia por el balón (reducida a la segunda mitad del primer tiempo), más empuje, más volver a ser el rodillo que tantos éxitos les dio.
Algo les habrán hecho esos bajitos morenos…
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