Londres 2012: mis primeros Juegos Olímpicos
Hace diez minutos que quiero empezar a escribir y la emoción no me da tregua. Si en lugar de escribir tuviera que contar esto mismo por radio o TV, no podría. Mi voz se quebraría en más de una oportunidad.
Lo que intento hacer en este post es tratar de compartir con ustedes lo que viví en estas dos semanas intensas. El tiempo que duró esa fiesta llamada Londres 2012, que anoche bajó su telón.
Desde que arrancó este 2012, al menos 50 personas (entre familiares, amigos y colegas) me preguntaron: «¿Vas a Londres?». La respuesta fue sistemáticamente la misma: «No», pese a mi fuerte deseo de ser elegido por los responsables del diario La Nación para formar parte de esa cobertura. Pero ocho días antes de la inolvidable e impecable ceremonia de apertura me enteré que me invitaban a Londres. No caí, no caigo y no caeré. Todo es tan abrumador que el espíritu olímpico te pasa por arriba como el más violento tornado. Cuando te querés dar cuenta de lo que está pasando, es hora de armar las valijas e, instantes después, se te terminaron los Juegos.
La de Londres 2012 fue mi primera experiencia olímpica, y se dio como premio a mi trabajo (bueno, malo o regular, pero hecho con pasión, constancia y dedicación) aquí, en Dame Pelota, y en las «vedettes» del momento: las redes sociales, con Twitter y Facebook a la cabeza. Por la globalización, mi sitio fue rebautizado por unos días como «Give me ball» o «Gimme Ball», ante los colegas de países tan disímiles como Brasil, México, Noruega o Japón. Una locura.
Es muy difícil explicar en palabras qué se siente al pisar suelo olímpico. Tengo grabadas en mis retinas imágenes únicas, que ninguna cámara puede registrar. El griterío del público cuando un/a deportista británico/a ganaba una medalla dorada era conmovedor. El aliento a los atletas en el estadio olímpico, sea en una competencia por medallas o en preliminares, realmente emocionante hasta las lágrimas. La perfecta organización de absolutamente todo (organigrama, transporte, seguridad, orientación al espectador, etc.) me generó una sana envidia de preguntarme por qué no puedo disfrutar de eso en la Argentina.
El viaje con el que fui premiado por adidas forma parte de mi historia profesional, y nada ni nadie me lo podrá quitar. Hay un antes y un después de Londres 2012 en mi vida. En una semana aprendí muchísimo más que en varios años. Y hasta me di el lujo de relajarme por un rato, disfrutar como un fanático más y hasta pasear en lancha por el río Thámesis o aparecer en la pantalla gigante del estadio olímpico.
Un juego olímpico es como una Maestría o un Posgrado en periodismo deportivo. Querés hacer todo y más. Todo lo que hagas tiene sabor a poco, y a pesar de estar disfrutando con lo que estás haciendo, sos consciente de que te estás perdiendo tantísimo más. Los Juegos son inabarcables. Y la adrenalina es tal, que empecé a trabajar el 27 de julio y mi próximo franco será el 17 de agosto. Creo haber dormido 40 horas en los últimos diez días. Y no me importa nada. Como una vez dijo Daniel Arcucci, uno de mis referentes y afortunadamente uno de mis jefes: “En un Mundial o en un Juego Olímpico, si no se puede dormir, no se duerme”.
No tengo manera de expresar lo que fue dejar atrás el Olympic Park el último día. Con la estación de Stratford colapsada, los carteles luminosos invitaban a caminar hasta West Ham para volver al hotel. Fueron 40 minutos durísimos, bordeando el estadio olímpico y el imponente Orbit. Todas las sensaciones vividas se encontraron todas juntas en un mismo lugar.
Cada diez pasos me daba vuelta y me quedaba mirando la postal un minuto. Esa caminata hasta la estación de West Ham debe haber durado más de una hora. Así como el primer día no me daban las piernas para subir los 42 escalones que me separaban de la primera vista plena del estadio olímpico, en la despedida quería que el ascenso de esa misma escalera no se terminara nunca.
Quise compartir la experiencia con mi colega, amigo y compañero de viaje Juan Butvilofsky, pero no pude. Como le dije en ese instante: si decía cuatro palabras seguidas era mucho. Una pelota de angustia bloqueaba mis cuerdas vocales y las lágrimas se empecinaban en golpear las puertas de mis ojos.
Hora de descansar a metros del estadio olímpico de
Londres 2012, disfrutar de lo que pasó y soñar con lo que viene.
Cerca de la estación, descansé en un asiento al costado del camino, disfruté del aroma floral que me envolvió y soñé con los próximos objetivos: el Mundial de Brasil 2014 y los Juegos Olímpicos de Río 2016. Esas son las próximas dos grandes metas profesionales que se avecinan.
Miré para atrás por última vez y saqué la última foto. La de la despedida a mis primeros Juegos Olímpicos. Giré y caminé para adelante con convicción, sabiendo que todavía hay más cosas emocionantes para vivir en el futuro. El inolvidable Londres 2012 había quedado atrás en el tiempo, pero no tengan dudas de que me acompañará de por vida.
Momento emocionante: última foto antes de dejar atrás el Olympic Park de Londres 2012.
Poco después, subte en West Ham, hotel, Heathrow, avión, Buenos Aires y casa.