Una enorme, extensa y emocionante lengua roja cubrió el centro de Buenos Aires
Por segundo año consecutivo se realizó en Buenos Aires la Nike Human Race, que se corre en simultáneo en 30 de las ciudades más destacadas del mundo.
Luego del temporal de la madrugada, el sábado se convirtió, con el correr de las horas, en un día soleado, y a las 16, hora de la largada de la Nike Human Race 2009, fue el mejor momento climático del día.
Así fue como, tras la siempre emocionante y contagiosa cuenta regresiva, 15 mil corredores, entre los que se sumó quien escribe, comenzaron a mover sus piernas, primero a paso lento, y luego buscando cada uno su ritmo.
El circuito elegido en esta ocasión sirvió para que, ante el cansancio o las ganas de abandonar, la distracción ocupe las cabezas de los corredores. Entonces, a medida que se avanzaba en el kilometraje, surgían postales espontáneas que ayudaban a olvidar el esfuerzo físico realizado.
Entonces, cuando la subida por la calle Belgrano era casi insoportable, la gran marea roja (el color elegido para la camiseta oficial) sorprendía y asombraba, por su enorme extensión, tanto si se miraba para adelante como para atrás.
Y cuando el calor de Diagonal Norte pegaba de frente, en el cuerpo y en el asfalto, nada mejor que posar la vista en el emblemático Obelisco.
Lo mismo ocurrió metros antes de cruzar por Corrientes la calle Florida, en donde una espontánea y calurosa ovación de los turistas ayudaban a sacar fuerzas, aunque el cartelito anunciara que aún restaban 5 kilómetros.
En los tramos finales, cuando la cabeza ya sabe que queda menos de lo que ya corrió, el aliento final de la gente, los familiares y los ayudantes de la organización conmueve y genera una inconsciente sensación de pecho inflado, lleno de orgullo.
Finalmente, la última curva permite vislumbrar el arco gigante y ese cartel que, con sólo una palabra de siete letras, se convierte en lo más importante de la vida. La llegada se acerca, al igual que la música y la voz de Julián Weich e Iván de Pineda (los conductores del evento).
Sólo los que hayan participado alguna vez de una carrera como la de esta tarde sabe qué se siente cuando se cruza la meta. Y si bien es indescriptible, se puede resumir en una mezcla de orgullo personal, emoción, ganas de gritar, de desahogarse, de saludar a la familia que vino a alentar y de pensar en la próxima edición, antes de hidratarse y comenzar con los trabajos fundamentales de elongación, para que mañana el cuerpo no nos pase factura.
¿El tiempo? ¡Qué importa! Ya habrá tiempo de mejorarlo en alguna otra oportunidad.
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