El día que Bob Beamon saltó a la eternidad
El 18 de octubre de 1968, durante los Juegos Olímpicos de México, el estadounidense Bob Beamon ganó la medalla de oro en salto en largo con un salto inesperado, histórico e imbatible.
Beamon saltó 8,90 metros, estableciendo un récord que a nivel mundial recién fue superada en cinco centímetros 23 años después, por Mike Powell, mientras que en el ámbito olímpico sigue vigente.
Aquí comparto con ustedes el capítulo que escribí sobre este fuera de serie en mi libro «50 Grandes Momentos de los Juegos Olímpicos«, publicado por Ediciones Al Arco.
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¿Es un pájaro? ¿Es un avión?
¿Qué fanático del tenis no escuchó alguna vez que el suizo Roger Federer o el español Rafael Nadal ganaron un punto haciendo La Gran Willy, para referirse a una jugada que se realiza pegándole a la pelotita de espaldas al rival y pasando la raqueta por entre las piernas, que patentó el enorme argentino Guillermo Vilas en los ’70?
¿Qué fanático de Independiente no relató un gol de su equipo explicando que el jugador le pegó a lo Bochini? ¿Quién no criticó alguna vez a un conductor de autos que maneja a
toda velocidad y no es precavido diciéndole: “¿Pero quién te pensás que sos? ¿Fangio?”.
Los ejemplos similares sobran, pero en ningún caso los apellidos de los protagonistas del pasado son adjetivos calificativos. En todo caso, solo forman parte de una simple comparación.
El de ahora hace algo que alguien ya hizo alguna vez. Pero, ¿puede convertirse el apellido de una persona en adjetivo calificativo? Uno de los que sí lo hizo es Diego Armando Maradona.
Desde antes de su retiro profesional, y hasta nuestros días, puede leerse que un gol hermoso es maradoniano o que una gran jugada o gambeta es maradoniana. Hasta existe una Iglesia Maradoniana.
Otro de los deportistas que logró tan preciado reconocimiento fue el estadounidense Bob Beamon. Los Juegos Olímpicos de México DF 1968 fue el escenario elegido.
En la clasificación para la gran final, Beamon estuvo al borde de quedar eliminado, tras realizar los dos primeros saltos nulos. Sin embargo, en el tercero y último intento, logró el objetivo. El neoyorquino no se veía con chances de ganar el oro. Por eso el día de la gran final del salto en largo, Beamon salió a la pista completamente relajado, lejos de un estado de concentración ideal para ese momento. De todas maneras, era uno de los favoritos (había ganado 22 de las 23 competencias previas), aunque nadie imaginaba lo que vendría, sobre todo porque la mejor marca de Bob hasta allí era de 8,33 metros.
A las 15:45 del viernes 18 de octubre, durante los Juegos Olímpicos de México ’68, Bob Beamon corrió por la pista, dio 19 zancadas, se elevó en el aire y saltó 8 metros y 90 centímetros, con lo que estableció un nuevo récord mundial en salto en largo, que superó al que hasta ahí ganaba el oro por… ¡55 centímetros!
Nadie estaba preparado para eso. Mucho menos los jueces, que no tenían herramientas adecuadas para medir la distancia, y tuvieron que recurrir a una modesta cinta métrica. Después de unos cuantos minutos de incertidumbre, apareció la sentencia imposible, única, tremenda, inolvidable: 8,90.
Nadie podía creerlo. Ni el propio Beamon, que para festejarlo se tiró al piso, abrumado, mientras que el anterior campeón olímpico, Lynn Davies, dijo que Beamon había destruido la prueba. De allí en más, y gracias a ese “Salto del siglo”, a cualquier hazaña o hecho espectacularmente fuera de lo común que se da en el mundo del atletismo se lo denominó beamonesque.