River, Boca y el inevitable peso de la historia
(publicada en canchallena.com)
Son las 7 de la mañana. La tensión superclásica quedó atrás. Incluso, el calor que tomó el pospartido, con la alegría riverplatense de un lado y las reacciones boquenses del otro fue bajando su temperatura.
En un tren Mitre semivacío se destaca un joven que habla por celular casi a los gritos, mientras deambula por el vagón con el pecho inflado y una camiseta de River que luce con orgullo. Hay asientos desocupados, pero él prefiere caminar de aquí para allá, luciendo su banda roja modelo 2014 como si fuera Iván de Pineda.
“Dejalo, hoy se acordaron que eran hinchas de River y salieron todos a la calle”, le dice ya en el andén ¡una madre! a su hijo, que seguramente le pidió explicaciones. A las pocas cuadras, aparece otro fanático con el pecho inflado, pero luciendo una campera de Boca.
Como se preguntaba hace una semana en este mismo espacio, ¿cuánto pesa el peso de la historia? Es evidente que mucho. Muchísimo. El fana del Millo está feliz. Tiene una excitación extrema. La mochila que resultaba, hasta ayer, no haber podido nunca eliminar a Boca en un mano a mano copero internacional pesaba demasiado. Y ya no pesa más. De eso se trata entonces la soltura. De eso se trata entonces la insólita imagen que se vio anoche en el césped del Monumental, donde un grupo de señoras aplaudía y besaba a un Rodolfo D´Onofrio emocionado y feliz. Sólo faltaba que le entregasen la Sudamericana ayer mismo. No está mal que el presidente celebre. Sí resulta extraño que lo haga a la vista de todos.
“Lo gana Boca con la camiseta. Por la historia”, fueron los análisis previos de la gran mayoría de hinchas xeneizes y de los periodistas encuestados en canchallena.com para esta serie. La realidad dice que en 180 minutos, el equipo de la Ribera no pudo marcar ni un gol, en el mano a mano internacional con menos goles entre ambos (hubo un 1-1 en la Supercopa 94, seis goles en el ida y vuelta de la Libertadores 2000 y cuatro en la de 2004).
Ese mismo peso de la historia que River ya no siente más es el que toma Boca para vanagloriarse en una jornada en la cual es mejor callar y dejar que el otro celebre. No tiene ningún sentido sacar a relucir los 18 títulos internaciones ni el descenso del club de Núñez. Ninguno. Tampoco tiene sentido insultar a Gigliotti, héroe hace un año en ese mismo escenario y dueño del mejor promedio de gol de un delantero de Boca desde que se retiró Martín Palermo. Es hablar con “el diario del lunes”. Con el resultado puesto.
Tal vez algún día, el hincha del equipo ganador celebre y valore la entrega y el esfuerzo de su equipo, y dejar de lado la burla al rival. Innecesaria y aburrida por lo repetitiva. Pero es un debate mucho más profundo que desvía el foco de esta columna.
Podrá criticarse el modo en el que River planteó esta serie, muy lejos de la galera y del bastón, y del fútbol champagne con el que nos había eclipsado en el comienzo del torneo, y más cerca del histórico “estilo Boca”. Sin embargo, los mismos que cuestionan esto hoy son los que en la previa aseguraban que no importa cómo se juegue en un superclásico, sino que lo importante es ganar.
Más allá de ese nuevo debate que se abre (¿Sirve ganar a cualquier precio?), lo concreto es que River aprovechó su primera chance de gol y luego no supo cómo definirlo, ante un Boca que se fue desinflando futbolística y mentalmente con el correr de los minutos.
Para el cierre aparece otra vez el peso de la historia. Porque River deberá saber cómo superar el relajo que resulta haber dejado en el camino a Boca y encarar la final como corresponde, algo que el xeneize no pudo en la Libertadores 2004, cuando cayó en la definición ante Once Caldas, tras eliminar al Millo en las semis.
Pero esa, será otra historia.
Hola Pablo,
Tanto tiempo, pero tenia que escribirte que desde que te hiciste la sucursal de Boca dan asco.
Saludos
elbeto