Tributo a Ayrton Senna, a 20 años de su muerte
Cierro los ojos y me parece que fue ayer. Pero en realidad pasaron 20 años. Aquel domingo 1 de mayo de 1994, estaba acostado en la cama de mis padres viendo el Gran Premio de San Marino de Fórmula Uno, en Imola.
Pese a que el cambio a Williams no me terminaba de convencer, yo era (soy y seré) hincha fanático de Ayrton Senna. Quería que ganara siempre él. Era un disfrute verlo manejar. Un osado el brasileño. Un caradura que cuanto más llovía, mejor conducía. Es más, por él me convertí en un fanático de la F1.
Aquel domingo apenas habían pasado unas horas del superclásico que River le había ganado 2 a0 a Boca en la Bombonera el día anterior, la tarde que terminó con la emboscada de La 12 a los hinchas del Millo y el asesinato de Walter Vallejos y Ángel Delgado.
Pero volvamos a ese domingo. Pese a que no había tantos canales como ahora, en las pausas de la carrera hacía zapping con el fútbol de Italia, que televisaba Canal 9, que tenía a Fernando Niembro como presentador y una canción característica que aún hoy puedo tararear.
Apenas siete vueltas se habían cumplido en Imola, cuando Ayrton, líder como casi siempre, encaró la curva Tamburello. El Williams nunca dobló. Problemas mecánicos que quisieron ocultar y graves fallas de seguridad terminaron con el enorme Senna estrellándose a casi 300 kilómetros por hora contra el muro de contensión.
Mi primera reacción fue sentarme, como intentando entender qué había pasado. Y lo primer que dije, con esperanza, fue “Se mueve. Se mueve. ¡Está vivo!” Probablemente haya sido cierto, pero el golpazo había provocado daños irreversibles. Los movimientos estaban más ligados a una reacción nerviosa del cuerpo que a algo que estuviera haciendo conscientemente Senna.
Cambié de canal, como si con eso pudiera borrar lo que había visto, pero en el 9 ya no se hablaba de fútbol. Niembro decía a viva voz: “Nos informan que Ayrton Senna tuvo un accidente gravísimo en Imola”.
Me convencí de la muerte del ídolo cuando vi una imagen cenital donde se lo veía a Ayrton tirado en el piso rodeado de enfermeros, su auto a un costado y una mancha grande de sangre. Le habían hecho una traqueotomía en el lugar para que le llegue aire a los pulmones.
El dramatismo fue creciendo con el correr de las horas y el helicóptero seguramente intentó volar a la velocidad de la luz para llegar cuanto antes al hospital. Pero ya no había nada que hacer.
La muerte de Senna, y su posterior funeral, trascendió San Pablo, ciudad natal de Ayrton. El casco sobre el féretro es otra de las imágenes que no logro sacar de mi memoria.
Senna fue el primer brasileño que quise. Lejos de ese agrande y esa rivalidad característica entre brasileños y argentinos, Ayrton era tan sencillo y tan humilde que se había ganado el corazón de todos. Incluído el mío. Su ídolo era Juan Manuel Fangio. Como si el ídolo de Pelé fuera Maradona… Imposible. De no creer.
Unas pocas ocasiones más sentí ese respeto y admiración por brasileños. Uno fue el tenista Gustavo Kuerten y, más acá en el tiempo, siento lo mismo por Ronaldinho y por Neymar. Grandes por su simpleza.
Han pasado 20 años de ese día. La partida del ídolo arrasó con mi fanatismo por la F1, que ahora veo cada tanto y por cuestiones laborales.
Gracias Ayrton Senna, por todos esos domingos inolvidables que me regalaste en mi adolescencia. Con orgullo les contaré a mis hijos que yo te vi correr y fui contemporáneo a tu genio.