Historias olímpicas: Gabriele Andersen-Scheiss, siempre llegar
Este texto forma parte del libro «50 Grandes Momentos de los Juegos Olímpicos«, publicado en 2012 por Ediciones Al Arco, y auspiciado y repartido de manera gratuita por el Ministerio de Educación de la Nación en las escuelas primarias públicas. También podés leerlo online haciendo clic aquí.
Si bien fue la estadounidense Joan Beanoit la que se llevó a su casa una merecida e histórica medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Los Angeles 1984, ni ella, ni las ganadoras de la plata (la noruega Grete Waitz) y el bronce (la portuguesa Rosa Mota), tuvieron tanta trascendencia ni fama internacional como la suiza Gabriele Andersen-Scheiss.
En aquella cita se realizó por primera vez la versión femenina de la Maratón. La prueba madre del atletismo. Los 42,195 kilómetros.
Tras el anuncio, la polémica no tardó en llegar. Varios fueron los médicos (hombres) que manifestaron su preocupación por la salud de las competidoras, esgrimiendo que el cuerpo de la mujer no estaba preparado para una prueba tan dura. Los sectores feministas estallaron y expresaron su repudio. Incluso, algunas llegaron a retrucar que
en realidad las mujeres tienen más resistencia que los hombres…
Lejos de toda contingencia, las 44 corredoras inscriptas largaron a las 8 de la mañana del 5 de agosto de 1984. Joan Beanoit prácticamente ganó de punta a punta. Su ritmo fue arrollador, y poco le importó el calor reinante. Clavó 2h24m52s, a más de un minuto de la favorita, la noruega Grete Waitz (2h26m18s) y a dos de la portuguesa Rosa Mota (2h26m57s), y se coronó como la primera atleta de la historia en ganar una maratón olímpica.
Pero luego de la ovación inicial que recibió Beanoit, el interés del público y de la prueba se enfocó en otra atleta, que llegó muchísimo más tarde al estadio.
La suiza Gabriele Andersen-Scheiss ingresó completamente exhausta al estadio. Apenas podía mantenerse en pie y estaba al borde de la deshidratación.
Los médicos intentaron acercarse a socorrerla, pero si la tocaban, ella quedaría descalificada. La atleta les hizo el gesto de que no lo hicieran.
Su vuelta final a la pista fue conmovedora. Se tomaba la cabeza, se cruzaba de un carril a otro en zigzag, y hasta corría con una notable inclinación del torso hacia la derecha. Parecía que caía desmayada en cualquier momento. Más todavía, unos médicos que la seguían de cerca, salieron corriendo cuando la suiza casi se les cae encima, en una actitud bochornosa.
Cinco minutos y 44 segundos después, Gabriele logró cruzar la línea de llegada, y cayó agotada en los brazos del personal médico.
Con un tiempo de 2h48m42s ocupó el puesto 37 en la clasificación final, y en los últimos 400 metros fue sobrepasada por la chilena Mónica Regonesi; la portorriqueña Naydi Nazario, la oriunda de Hong Kong, Yuko Gordon; la peruana Ena Guevara y la estadounidense Julie Brown.
Muchos temieron que ese acontecimiento encendiera otra vez la polémica acerca de si las mujeres estaban o no preparadas para correr semejantes distancias. Pero fue la misma atleta la que cortó de raíz cualquier cuestión.
Solo dos horas después de su epopeya, Gabriele Andersen-Scheiss era dada de alta, se estaba alimentando y por la noche era entrevistada por la TV estadounidense.
Lo más llamativo, y lo que erradicó para siempre las dudas acerca de la capacidad de la mujer en eventos deportivos, fue que dos semanas más tarde participó de un duatlón, en Utah, donde corrió 32 kilómetros y luego recorrió a caballo otros 26.000 metros.
Como consecuencia de lo sucedido, la Federación Internacional de Atletismo permitió, de allí en más, que los médicos ayuden a los atletas durante la competencia, sin que ello determine la descalificación del participante.
El dato curioso de aquella primera maratón olímpica femenina ocurrió con la hondureña Leda Díaz de Cano, quien no estaba cumpliendo una buena performance (todo lo contrario). Como al promediar la carrera estaba a 30 minutos de la líder, Beanoit, los oficiales de tránsito la convencieron para que abandonara, con el objetivo de no demorar más el corte de calles y volver a habilitar el paso de los autos. La pobre hondureña aceptó el consejo.