Qué iguales somos (y qué diferentes)
Ahí estoy, en medio de Aki Komuro y de Kazuki Yamaguchi, dos nuevos amigos japoneses.
Por Pablo Lisotto
Enviado especial
La experiencia que viví en Londres 2012 gracias a la gente de adidas Argentina, que me eligió por mi trabajo y dedicación en este espacio llamado Dame Pelota, no sólo fue muy fructífera en el aspecto laboral, sino que además tuvo condimentos sociales que ponderan aún más esos días excepcionales en suelo inglés.
Lo primero que quiero destacar, y de allí el título de este post, es que a pesar de las claras diferencias culturales entre los habitantes de distintos países del mundo, en líneas generales todos somos iguales. Nos divertimos con las mismas cosas, nos reímos de lo mismo y nos manejamos de la misma manera en un micro, subte, boliche o bar. Somos la misma especie.
Compartí estos cinco días en Londres con personas de Brasil, Panamá, Colombia, México, España, Inglaterra, Holanda, Suecia, Noruega, Bulgaria, Japón y Corea del Sur. Y les puedo garantizar que aún ante la imposibilidad de hablar de manera fluída por las lógicas diferencias de idiomas, el espíritu comunicacional salió a flote.
La tecnología juega aquí un rol clave. Al pie del London Eye, tuve una sensacional «charla» con una muchacha japonesa, en la cual ella escribía en su Ipad en japonés, el traductor de Google lo pasaba al castellano al instante, y yo le contestaba escribiendo allí en español, para que ella luego leyera mi respuesta en su idioma. La globalización en su máximo esplendor y la tecnología como herramienta útil y necesaria para comunicar a las personas.
También se dio una situación extraordinaria, que lamento aún ahora no haber grabado. Y aquí les pregunto: ¿Cuántas veces lloraron de risa escuchando a un japonés hablando en su idioma, completamente incomprensible para nosotros desde la tipografía, la fonética y el tono de voz? Pues bien, le pedí al amigo japonés que a metros del Thámesis me leyera un párrafo de un texto en su idioma y no pude contenerme. Pero como no me gusta burlarme ni me considero irrespetuoso, enseguida le ofrecí «revancha». Leí ese mismo párrafo en español y la dupla japonesa explotó en una carcajada universal. No saben la cara que pusieron cuando dije la palabra «Espectáculo». Ese «video» queda grabado en mis retinas y les pido disculpas por no haber tenido la rapidez mental como para registrarlo con la cámara.
Esos japoneses llegaron a Londres gracias a una muy original competencia realizada en las playas de Yokohama llamada «All in Flag». Aquí, el video:
Por el contario, aún cuando los instintos humanos son idénticos en todo el mundo, lo que claramente marca una diferencia es algo cultural. Y por sobre todas las cosas una de las materias básicas de nuestras vidas: la educación y el respeto por el prójimo. En este aspecto, estamos a años luz de situaciones cotidianas que viví, sentí y disfruté en mi estadía en Londres.
Por ejemplo, en las interminables escaleras mecánicas del Underground, aquellos que quieren subir quietos deben permaneces sobre la derecha, mientras que los que están apurados y pretenden subir y caminar a la vez, lo deben hacer por la izquierda. Nadie se queda quieto en la mano izquierda, ni nadie camina por la derecha. Lo mismo sucede en el ingreso a los trenes. Absolutamente todos los pasajeros que quieren subir al vagón esperan que primero bajen todos aquellos que quieren bajar en esa estación. Tan sencillo que hasta me da vergüenza que la mayoría de los argentinos sean tan primitivos en estos aspectos.
Algo similar ocurre en la superficie. En cinco días he escuchado dos bocinazos. Ambos fueron porque había peatones cruzando con el semáforo en rojo. En las calles londinenses, colapsadas por los Juegos, todos conviven: peatones, buses, taxis, bicicletas y autos particulares. Todos son previsores y cuidadosos a la hora de realizar maniobras, y la cordialidad a la hora de ceder el paso al prójimo es constante. Aún cuando el otro haya hecho una mala maniobra. Además, ningún auto que dobla le tira el rodado a los peatones que cruza, ni recibe bocinazos de los de atrás, que no se preocupan si deben esperar otro semáforo para doblar. Y cuando el semáforo cambia a amarillo, la mayoría de los conductores frena, en lugar de acelerar y cruzar al límite de la infracción.
Amo mi país y no lo cambiaría por nada del mundo. Sin embargo, este tipo de viajes me permiten ver, analizar, describir y envidiar sanamente las claras diferencias de vivir en el primer mundo. En donde seguramente habrá una montaña de cosas a cuestionar, pero donde las reglas básicas de convivencia se cumplen a rajatabla.