Un Rayo llamado Bolt
En uno de mis libros olímpicos (en este caso, el de 50 Grandes Momentos de los Juegos), escribí lo siguiente sobre la enorme proeza que el atleta jamaiquino Usain Bolt realizó en Beijing 2008. Si bien lo que pasó hoy me obliga a reescribir su capítulo (el 48, para más detalles), comparto con ustedes ese texto.
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Hoy es sábado 16 de agosto de 2008. Estamos en los Juegos Olímpicos de Beijing. Las 91.000 personas que agotaron desde hace meses las localidades del Nido del Pájaro para la jornada se paralizan. El silencio es tal que una mosca pasa volando y desde la otra punta se escucha su aleteo. Hasta que…
¡Pum!
¡Largaron! El momento más espectacular de los Juegos Olímpicos ya está en movimiento. En sólo diez segundos, ocho atletas convertirán los cuatro años previos a la gran cita en consagración o en frustración. Demasiado tiempo invertido para que todo se resuelva en un abrir y cerrar de ojos. En un par de exhalaciones. En un bostezo o un estornudo.
La moneda no admite caer de canto. Es blanco o negro. No hay grises. Aquí no sirve llegar segundo. Es oro o nada. Es cielo o infierno. Es libros u ostracismo.
Pero también existe la posibilidad de que se produzca un hecho único, inolvidable, eterno. Porque cualquier cosa puede pasar en la final de los 100 metros llanos masculinos.
El favorito es un jamaiquino fanfarrón, agrandado, engreído y terriblemente carismático. Se llama Usain Bolt, y en cinco días cumplirá 22 años. Es un nene y una montaña de músculos cuya cima está a 196 centímetros del suelo. Tiene todos los condimentos para ser el nuevo rey. Y lo sabe.
De haber seguido el consejo de uno de sus entrenadores, Glen Mills, hoy estaría descansando y preparando su final de los 400 metros. Por suerte, no le hizo caso.
“Es válida la largada”, dicen por televisión. Una lluvia de flashes ilumina la pista. Son tantos, que podrían apagar los reflectores del estadio y se seguiría viendo como si fuera de día.
El arranque de Bolt en el carril 4 no es bueno. Como siempre. El lo sabe, pero aún no logró mejorarlo. Llegó a Beijing con ese problema sin resolver. Por eso, no resulta extraño ver como el triniteño Richard Thompson, por el andarivel 5 sea el líder a los 30 metros de carrera.
Pero de repente, Usain se rehace y comienza a dar unas zancadas impresionantes. Una, dos, tres. ¿Cuánto mide cada zancada? ¿Cinco metros? No corre, vuela. Mientras todos van en “Play”, él va en “Fast Forward”, y en poco más de tres segundos no sólo se pone líder cuando restan sólo 30 metros para la llegada, sino que además a cada paso le saca un metro de ventaja a sus ya entregados rivales, que pronto se convertirán para siempre en testigos privilegiados de algo supremo.
Y entonces, sucede lo mejor. Lo que diferencia a un deportista de una estrella del deporte. Casi un rock estar. Eso es Bolt. Es Lennon, Jagger, Dylan, Clayton y Bono juntos, dando cátedra.
En lugar de acelerar, Usain mira a sus costados, se sabe ganador y ¡aminora la marcha! Abre los brazos y cruza la meta golpeándose el pecho y alzando más de la cuenta las piernas, casi como si trotase a alta velocidad, humillando todavía más a sus flamantes vencidos, quienes de todas maneras ingresarán gracias a él a la historia, porque se los nombrará cada vez que se recuerde esta hazaña.
Son sus compatriotas Michael Frater y Asafa Powell, los estadounidenses Darvis Patto y Walter Dix, el ya nombrado Thompson, el también triniteño Marc Burns y Churandy Martina, de las Antillas Holandesas. Todos ellos podrán contarle a sus nietos que corrieron el mismo día y en la misma pista en la cual Usain Bolt voló y refundó el atletismo.
El Rayo termina la carrera así, a lo grande, y sigue corriendo con los brazos abiertos, como si quisiera salir volando y abrazar a cada uno de los que vieron en vivo su gesta, pero también a sus seres queridos y compatriotas que lo siguieron por TV en Jamaica. Y al mundo, que acaba de rendirse a sus pies y acaba de coronar a un nuevo rey supremo del atletismo contemporáneo, y ve la repetición una y otra vez, desde diferentes ángulos, y no puede creer lo que acaba de pasar, y agradece el slow-motion porque de esa forma queda más claro el gesto de Bolt antes de cruzar la meta. Esa forma especial de decir “Aquí estoy yo, el nuevo rey del atletismo”.
Mientras, el cronómetro marca un tiempo imposible de 9s69/100. Es récord mundial. Por primera vez un ser humano corre los 100 metros en menos de 9 segundos y 70 centésimas. La locura es total.
Bolt continúa su vuelta olímpica. Se ríe. Salta. Baila. En las tribunas encuentra a un grupo de jamaiquinos y los abraza. También les pide una bandera de su país, que la recibe enseguida y se la lleva, para seguir celebrando envuelto en sus colores. La bandera de Jamaica flameará en lo más alto del podio y su himno nacional se escuchará en la ceremonia de entrega de medallas. Bolt hace «el avioncito», revolea la bandera por encima de su cabeza y luego hace el gesto que ya se convierte en su marca registrada: un brazo en diagonal al suelo, apuntando al sol, y el otro a modo de preparar el lanzamiento de una flecha imaginaria.
Mientras algunos se preguntan cuántas milésimas perdió Bolt en los últimos 20 metros, tratando de pensar qué tan extraordinario hubiera sido el récord mundial si hubiera mantenido el mismo ritmo hasta la meta, otros aún no saben que en pocos días Bolt volverá a hacerlo de nuevo y logrará otra medalla de oro y otro récord mundial cuando establezca el increíble tiempo de 19s30/100 en la final de los 200 metros, e hiciera trizas la plusmarca que su ídolo, Michael Johnson, había establecido 12 años antes, en Atlanta ´96. Ni tampoco que también romperá otra plusmarca con su equipo, en la posta 4x100m.
En el Nido de los Pájaros y en todo el mundo, gracias a la TV, todavía es momento de celebración y de estupor, por lo que acaba de hacer Usain Bolt en los 100 metros llanos, en apenas una ráfaga de algo menos de 10 segundos, para ganarse para siempre un lugar especial en la historia del olimpismo.
9 segundos y 69 milésimas, para ser más exactos.